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:: Lo que estoy escribiendo: Pedro
Relato breve

Escribí Pedro de un sólo tirón, con la técnica que uso siempre: Lo redacto una vez a mano, más o menos hasta la mitad. Vuelvo a redactarlo, también manuscrito, hasta el final y luego lo paso mientras le hago algunas correcciones.
La idea surgió de una serie de conversaciones con algunos alumnos de tercer año, quienes me preguntaron sobre los enfrentamientos entre colegiales. Les comenté los que había vivido y aquello pareció llamarles bastante la atención.

Partiendo de esto, redacté la historia de Pedro Rangle y su enfrentamiento con Diego Montenegro recreando esas peleas callejeras que había vivido en mi adolescencia.

Al principio, quería que el relato fuese una historia fantástica, pero luego comprendí que no se adecuaba a lo que había escrito y que lo ocnveniente era mantenerlo en ciertos parámetros de realismo, o como máximo sugerir ciertos elementos sobrenaturales y dejar la interpretación en manos del lector.

El resultado me gustó bastante, aunque debo reconocer que fui la única persona de esa opinión.

Les dejo la primera parte para que vean de qué va este relato.



Pedro
o Tres gatos negros
[fragmento]
La noticia se había difundido como una gota de sangre en un charco de agua. Cuando Pedro Rangle se dio cuenta de que estaba en un problema, la cosa ya había adquirido tales dimensiones que era imposible detenerla. Podía huir, claro. Siempre recordaba a Lucas Socoboski, que luego de ser retado a una pelea había escapado corriendo del colegio ni bien tocó el timbre de salida, había tomado un colectivo –uno que iba a la zona contraria de San Miguel en la cual vivía–, y se había ganado para siempre el desprecio de todos sus compañeros, incluido el propio Pedro.

Nunca había peleado, y aunque pensaba que tal vez podría derrotar a Diego Montenegro, lo cierto era que creía que la falta de experiencia le jugaría en contra, máxime cuando su oponente se había enfrentado a otros adversarios con excelentes resultados y ya contaba con una reputación de buen contendiente. Pedro Rangle había presenciado casi todas las peleas con el placer morboso que cualquier ser humano experimenta frente a la destrucción del prójimo, así que podría atestiguarlo frente a un tribunal si fuese necesario.
Lo que más le pesaba a Pedro mientras veía pasar los minutos de la última hora de clase, era la humillación. Podía tolerar un par de golpes, pero la vergüenza pública le resultaba imposible de aceptar. Aunque fuese mejor ser molido a golpes que huir, ser derrotado también implicaba el menosprecio de los demás. Él mismo se había burlado de los perdedores y sabía que si se convertía en uno de ellos, sufriría la misma suerte.
–Este cuento –dijo la profesora de literatura, una vieja que siempre le recordaba a los baños de las estaciones de trenes por el olor a naftalina que desprendían sus ropas– nos enseña que no hay crimen perfecto: la conciencia siempre termina por condenarnos.
Pedro Rangle miró la fotocopia que compartía con su amigo Octavio Benedetti: «El gato negro» de Edgar Allan Poe. Se dijo que no era momento para pensar en gatos negros y volvió a sumergirse en sus cavilaciones.
Lo peor del caso eran las mujeres. Es decir, que los hombres se burlasen de él ya era lo bastante malo, pero ser también el hazmerreír de las chicas era algo que lo llenaba de angustia. No es que fuera un seductor, claro, pero sabía cómo hablarles y era consciente que su figura desgarbada y sus largos cabellos negros despertaban más de un suspiro que él se dedicaba a acrecentar con miradas cómplices y guiños seductores. No pasaba con todas, claro, sólo con cierto tipo de mujeres, las que creían ser más intelectuales o refinadas que las otras. ¿Qué sucedería con ellas luego de la pelea? Pedro no podía saberlo, pero intuía que cambiarían sus suspiros por risas ahogadas y tal vez hasta alguna mirada de reproche.
Lo graciosos –sería aún más gracioso si no la pasara a él, claro– era que todo había comenzado por una mujer. No se trataba de una vulgar disputa de faldas, claro, ese no era el estilo de Pedro. Mariela Sterzer no era una belleza, eso era cierto, pero su rostro siempre pálido, los ojos pequeños y la sonrisa inocente sumadas a un desparpajo e inteligencia nada despreciables la hacían una ecuación irresistible. Pero ella no daba corte a nadie y Pedro había comenzado a obsesionarse con sus caderas redondas y su cintura pequeña que invitaba a posar la mano en esa curva de calidez. Así que Pedro había decidido salir a su encuentro y desde hacía unas semanas que conversaban de todo un poco durante los recreos.
De pronto, creyó recordar que en una de sus charlas, Mariela le había referido un cuento sobre un hombre que mataba a un gato y se preguntó si no se trataría del mismo que tenía sobre la mesa.
–Es la historia de un tipo que ahorca a un gato no se sabe bien por qué, y después asesina a su esposa –le susurró Octavio–. Está muy bueno, ¿no lo escuchaste? La vieja chota esta lo acaba de leer.
Ojeó la fotocopia y vio que no era un relato extenso, apenas unas carillas. Le llamó la atención que Sebastián mostrase tanto entusiasmo, porque era más bien escéptico con respecto a la clase de literatura.
Pedro quiso contarle sobre los gatos que vivían en la casa que situada justo frente a la suya, peor se dio cuenta de que no era el momento apropiado para hacerlo. El lugar estaba abandonado desde que Pedro tenía memoria, habitado sólo por tres gatos negros que todas las tardes salían a tomar sol al porche y permanecían allí hasta que caía la noche, observándolo todo con sus ojitos de serpiente que se perdían en la oscuridad.
Durante años, Pedro había temido a la casa. La gente del barrio contaba historias terribles sobre gritos y lamentos que se oían por las noches, e incluso habían escuchado a una vieja decir que allí se habían realizado perversos rituales de una religión desconocida.
Nadie sabía de quién era la casa y aunque afeaba el barrio, nadie se preocupaba por cortar el pasto o mantener en buen estado la fachada, porque el miedo que sentía Pedro era experimentado en mayor o menor medida por todos los que se detenían a contemplarla. Porque la casa pasaba totalmente desapercibida, eso era cierto, pero cuando uno se detenía a mirarla –quizá luego de decenas e incluso cientos de veces de haber pasado delante de ella sin haberla percibido–, se daba cuenta enseguida de que había algo malo en ella, algo que tal vez estaba en su arquitectura pasada de moda o tal vez se escondía adentro, mucho más adentro, en las entrañas de su propia esencia.
Cuando era pequeño, Pedro odiaba la casa. Aunque desde su cuarto no podía verla, sabía que estaba allí, a unos pocos metros, apenas un par de zancadas y así como a él le resultaría muy sencillo llegar hasta ella, lo que habitaba en su interior –porque Pedro siempre supo que algo vivía allí– también tenía un corto camino por recorrer si quería llegar hasta él. Cuando estaba con sus amigos, hablaban con frecuencia de la casa y fantaseaban con entrar y develar sus secretos, pero lo cierto es que todos le temían lo suficiente como para no aventurarse ni siquiera al jardín de altos pastos que estaban al frente de la casa.
–¿Sabés de qué se alimentan estos gatos? –le preguntó un día un amigo. Pedro negó con la cabeza–. De los cuerpos de las tres hermanas que vivían en la casa. Mi abuela me contó que desaparecieron. Nunca las encontraron, ni vivas ni muertas–. Se hizo un silencio en el cuál sus miradas se perdieron en la fachada de la casa; pese a que hablaban de los gatos, ninguno de los dos los miró–. Para mí que las hermanas están ahí adentro y los gatos se las van comiendo de a poco.
Pedro sabía que eso era imposible, pero a pesar de lo absurdo, la imagen lo impactó de tal manera que cada vez que pensaba en la casa, imaginaba a los gatos en su interior, con las fauces enterrándose en la carne descompuesta de la mujeres desaparecidas.

5 comentarios:

  1. Muy bueno... me quede con ganas de saber como terminar la pelea... muy misteriosos lo de los gatos...
    Si subis la otra parte avisame.

    Saludos

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  2. mui bueno profe es la verdad su mejor (y unica obra aja) que lei



    se la voi a robar

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  3. Amigo de otros mundos,

    Yo leí esto hace algún tiempo, el año pasado. Me gustó mucho de verdad. Lo leí de un tirón. Pero creo que mi falta de background en varios temas no me dejó cerrar algunos cabos sueltos.

    Espero conversar pronto contigo. Hace tiempo que no lo hacemos.

    Un abrazo, que Dios te bendiga mucho a ti y a la familia.

    Rogger

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  4. Che, que manera de dejarme con las ganas!

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  5. Ahora si puedo comentar! nos llevaste al mundo interior de Pedro... y la pelea pasó a segundo plano... interesante!

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