[Actualización 05] Suspiria
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1977. Dario Argento

Es sabido: el italiano es uno de los grandes nombres del cine de terror y Suspiria, su obra maestra.
Lo primero que sorprende es el escenario de la acción: una particular academia de danza clásica. Ya desde el principio, el lugar sorprende por sus colores extraños y su arquitectura que bien podría calificarse como posmoderna. De alguna manera, Argento reivindica las raíces mismas del gótico al hacer énfasis en la arquitectura retorcida y extravagante, pero al mismo tiempo desmitifica uno de sus paradigmas al mostrarnos que no se trata de la antigüedad del lugar, sino del barroquismo de su diseño y trazado. Porque lo desesperante del castillo gótico, al igual que de esta academia macabra, no está en la antigüedad, sino en sus recovecos laberínticos, en sus múltiples esquinas y en esos pasajes donde los oscuro puede aguardar agazapado la llegada de su víctima. Y es en este punto donde el manejo del espacio es igual para los góticos y para Argento: sus academia es, como diría Borges, una casa ideada para perderse.
La historia se estructura en torno a la mirada de una nueva alumna que ingresa a la academia y que aún antes de llegar va enfrentándose a sucesos extraños que generan desde el primer minuto del film una inquietud que nunca decae. Argento maneja el terror como pocos, sabe aterrorizar con elementos tan clásicos como una lluvia o tan extraños como el mecanismo de apertura de una puerta automática; se luce en imágenes evocadoras de terrores ocultos: una garúa de gusanos blancos, una muchacha corriendo en un bosque nocturno, la muerte de una mujer atrapada entre fardos de alambre. Argento hace cine, pero también podría aterrorizarnos sugiriéndonos imágenes bajo la luz de la luna, porque lo que maneja es el lenguaje del miedo, la absurda e ilógica gramática del terror. El italiano suma pulsiones, escapa a la lógica de la narración, busca la emoción perversa y destructiva en estado primigenio, sin someterla al filtro de la razón.
Tal vez la precariedad de ciertos efectos visuales, la extravagancia algunas escenas gore y el color absurdamente estridente de la sangre delaten el inexorable paso del tiempo. Sin embargo, la conjunción entre una trama esencial, la excelente y perturbadora música de los Goblins y esa capacidad para sintetizar el temor en imágenes evocadoras antes que impactantes, hacen de Argento uno de los mayores sacerdotes del terror, tan convincente en su prédica que nosotros, sus víctimas predilectas, aceptamos con placer el frío de su cuchillo de celuloide.

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