[Actualización 04] Articulo. Grindhouse
:: Separados al nacer
Una reseña del doble programa Grindhouse
Publicado originalmente en Fantasymundo.

Es inevitable: Cualquiera que tenga amigos gemelos lo ha hecho. Son como una suerte de desafío andante, un juego de marcar las diez diferencias en tres dimensiones. Siempre los comparamos. Nivel de inteligencia, capacidad deportiva, prestancia amatoria, todo cae bajo nuestros cálculos, aunque cuando nos pregunten digamos que, bueno, son tan distintos que no se pueden comparar. Y además, seamos sinceros: Siempre hay uno más inteligente que el otro.
Los directores Robert Rodríguez y Quentin Taratino eligieron parir gemelos en su doble programa Grindhouse (2007). Al momento de hacerlo, tienen que haberlo sabido: El público iba a comparar sus films. Estoy seguro que no lo conversaron entre ellos, y tampoco provocaron al otro con comentarios tendenciosos. Pero en el fondo, también deben haberlo hecho, así que… ¿por qué no nosotros?
La historia del doble programa Grindhouse es bien conocida: Robert Rodríguez y Quentin Tarantino decidieron emular las clásicas proyecciones en las que se daban dos películas de bajo presupuesto consecutivamente y por el mismo precio. Para lograr este desafío, recuperaron la estética involuntariamente bizarra de los films clase Z, buscaron temas absurdos y construyeron dos películas basura a sabiendas de que lo que hacían: Death Proof, dirigida por Tarantino y Planet Terror, a cargo de Rodríguez, quien además dirige a su amado Danny Trejo en uno de los cuatro trailers de películas inexistentes que acompañan a Grindhouse.

Death Proof: Parto natural
Antes de ver Death Proof, tenía un juicio –mejor sería decir prejuicio– sobre lo que iba a ver: Desde Kill Bill (2003-04), Tarantino había defraudado mi modesta imaginación. Y digo imaginación porque después de ver Reservoir Dogs (1992) y Pulp Fiction (1994), tenía una idea clara de lo que esperaba de este director: Un tipo capaz de construir historias sólidas, rozar lo bizarro, jugar con lo establecido y dar un producto elaborado e innovador. Lo que siempre impresionó a los cinéfilos, su capacidad casi enfermante de colocar referencias a otros films, muchos de ellos desconocidos o de clase B, nunca me llamó la atención, tal vez porque mi pasión cinéfila pasa más por el lado de la concepción estética que de la evocación adolescente. Sin embargo, en Kill Bill el Tarantino real se apartó radicalmente de mi fantasía. No es que la película no me haya gustado, vamos: Me pareció original y divertida, pero si no fuera por el diálogo final entre Bill y Beatrix, debo reconocer que me hubiese sentido bastante decepcionado.
Cuando llegó hasta mis oídos que la nueva apuesta de Tarantino era el doble programa Grindhouse, comprendí que reincidiría en la línea de trabajo que menos me gustaba, la más superficial y estúpidamente cinéfila –aunque a años luz de cualquier película superficial y estúpida porque, reconozcámoslo: Tarantino es inteligente aún cuando intenta pasar por estúpido–.
Así que me senté a ver el Death Proof con un claro prejuicio: Tarantino ha perdido definitivamente el rumbo. Ya no sabe a dónde va. Sus films son sólo juegos que lo alejan de cualquier intento de profundidad. Y a decir verdad, Death Proof no hizo más que confirmar este presupuesto, pero… ¡diablos! También resultó increíblemente entretenida y visualmente impactante.
El film se divide en dos bloques de estructura y duración similar. En el primer bloque, tres amigas intentan salir de juerga. Se detienen en un bar de mala muerte donde esperan encontrarse con una dealer. Aunque ellas no lo esperan, allí también cruzarán su camino con Stuntman Mike, quien las venía siguiendo y fotografiando sin que ellas lo percibieran. El sujeto, encarnado por un Kurt Russell que conoce el oficio de chico malo, es llamativo por donde se mire: Demasiado viejo para el bar, cuando habla lo hace con un tono enigmático aunque lo que diga nada tenga de importante. Pese a esto, logra convencer a una de las muchachas para que realice un baile erótico para él. A lo largo de estas secuencias, se suman una serie de diálogos rápidos, situaciones simples que rozan lo absurdo hasta que finalmente, sucede lo que esperamos: Las chicas se retiran en su auto último modelo y Mike las persigue con su vehículo para acrobacias cinematográficas a prueba de muerte, siempre y cuando uno esté ubicado en el lugar correcto. La escena del choque frontal, repetida varias veces para que veamos de qué manera muerte cada una de las chicas, es una perfecta sinfonía de destrucción que no deja de recordarnos a Crash (1996) de David Cronenberg. La secuencia incluye mutilaciones –desde el principio de la película sabemos que la pierna de Jungle Julia no va a terminar en el mismo sitio donde empezó–, el triturado de un rostro y muchos kilogramos de hierro retorcido.
El segundo bloque es más interesante, tal vez porque Tarantino optó por hacerlo mucho más distendido que el anterior, quitándole casi todos los elementos de suspenso: Se encuentran cuatro amigas. Tarantino afila el lápiz y se descuelga con varios diálogos frívolos de esos que sólo él puede escribir. Las chicas se parecen a las otras, sólo que no son tan sensuales y en cambio resultan mucho más graciosas. Un detalle no nos pasa desapercibido: Dos de ellas son stuntwomen. Mike no las conoce, pero las fotografía y comienza a seguirlas hasta que tres de ellas tiene un enfrentamiento en la carretera de esos que uno no sabe bien como filmaron, pero que se ve increíble: Los coches se deshacen poco a poco, las chispas realmente queman y no se ve un trucaje en kilómetros a la redonda, sólo osadía y pericia al volante. Luego de ser perseguidas durante unos cuantos minutos, las chicas se revelan y comienzan a perseguirlo en la típica secuencia de cazador cazado.
¿Por qué me gustó una película tan simple? En primer lugar, porque el director sabe a dónde apunta: Sólo quiere divertirnos, entretenernos. Y lo logra, algo que Hollywood puede decir sólo una vez cada tanto. En segundo lugar, porque el riesgo real, sin aditivos en tres dimensiones, hace que la aventura se vea exactamente como eso: Una aventura. Death Proof es absolutamente inverosímil en su planteo, pero tiene la virtud de resultar creíble allí donde importa: En las escenas de acción y riesgo.

Planet Terror: Parto con fórceps
Sigo a Robert Rodríguez desde El mariachi (1992), película que me impactó siendo adolescente por lo ingenioso que fue su director para darse el gusto de hacer un film de acción con un bajísimo presupuesto. Luego, su talento llegó a Hollywood y tuvo la oportunidad de intentar la secuela: Desperado (1995), resultó entretenida y bien filmada, con un buen aprovechamiento de los recursos pese al gravísimo error de permitirle a Antonio Banderas cantar el tema principal. Unos años después cerraría la trilogía con Once upon a time in Mexico (2003), una película bastante extraña que contiene todos los elementos propios del director: Algunos toques gore, un casting exquisito y un excelente planteo visual. Entre una y otra, se lanzó con From dusk till dawn (1996), un film desparejo pero aún así atractivo y novedoso, sobre vampiros y ladrones.
Luego sobrevinieron otras películas, algunas infantiles y otras no tanto –como la sorprendente Sin City (2005) que codirigió con Frank Miller–, pero siempre dejando claro que apunta a un cine lúdico, creativo y hasta ingenioso, pero dado a las historias frívolas y superficiales, aquellas que le permiten desarrollar films entretenidos y bizarros.
De manera que el proyecto Grindhouse con su amigo Tarantino le calzó como anillo al dedo, porque se trataba de filmar una película que de alguna manera, era del estilo de las que siempre había rodado: Clase B con producción de blockbuster.
Planet Terror pretende emular a ciertos films de zombis, pero termina siendo un producto difícil de clasificar. Parte de la misma premisa que tantas otras: Un escape de gas D-13, una letal arma química, hace que la mayoría de los habitantes de un pequeño pueblo ya de por sí bastante sórdido, se trasformen en una suerte de zombis devora hombres capaces de trasladar la infección al mundo entero.
El argumento se desarrolla a través de la vivencia de varios personajes cuyas historias se van cruzando. Cherry, la bailarina a go-go que quiere convertirse comediante; su antiguo novio, El Wray; la pareja de doctores Block, que se engañan y odian hasta la muerte; el comisario y su hermano, dueño de un restaurant de mala muerte en el que se hacen las mejores barbacoas de Texas, según afirma, aunque todavía le falta dar con el ingrediente clave de su salsa. Como siempre en Rodríguez, los personajes son extremos, caricaturas de caricaturas, casi salidos de un mal cómic, lo que no impide que caigan en situaciones tan absurdas como ellos mismos. Lo notable es que estos personajes absolutamente inverosímiles cobran carnadura en manos del director gracias a un guión sólido en la construcción de caracteres y en un casting por demás hábil.
La película está dividida en tres bloques: En el primero, se presenta a los distintos personajes y da inicio a la infección; en el segundo, los sobrevivientes se reúnen para resistir juntos. En el tercero, los rebeldes son apresados por un grupo de militares que también son víctimas de D-13.
Aunque Rodríguez siempre rozó el mal gusto, hasta Planet Terror había logrado superar esta tara con cierta gracia, como la escena de From dusk till dawn en la que los ladrones Richard y Seth Gecko inician un diálogo hablando por el agujero que una bala dejó en la mano del primero. Sin embargo, en Planet Terror no logra resolver ciertas escenas gore sin caer en el mal gusto, como la serie de fotografías que se muestran sobre lesiones producidas en la guerra o el reventón de pústulas sobre el rostro del doctor Block.
Lo que no se puede negar es que el texano se siente a sus anchas emulando el cine clase Z, como queda evidenciado en el excelente aprovechamiento de los recursos que Grindhouse le brinda. La factura general del film, la utilización de sustituciones, el avejentamiento del material fílmico nos trasladan a ciertos tiempos en lo que aquello aún nos asombraba. Incluso el anuncio de la pérdida de un rollo con la consecuente omisión de un fragmento de la trama resulta innovador, porque permite a Rodríguez ahorrarse unos cuantos metros de fílmico y recordarnos que su historia la escuchamos mil veces, ya que no se trata de crear, sino de evocar.
Al contrario que Tarantino, quien apunta todo su esfuerzo a la acrobacia sobre automóviles y a los diálogos aparentemente intrascendentes, Rodríguez apela a recursos de maquillaje y postproducción, lo que en algún caso resta al resultado final. Planet Terror es una película divertida para los amantes de un género y de una época, lo que no la convierte en una mala película, pero de alguna manera limita su público: No tiene nada que ofrecer más allá de transportarnos a ese tiempo en el que ver una película de zombis podía mantenernos despiertos toda una noche. Y, si lo pensamos bien, este no es un logro menor, sobre todo porque las historias de Romero todavía siguen dejándonos sin sueño.

Lo dicho: Es imposible no comprar a los gemelos, preferir a uno antes que al otro. La película de Rodríguez resulta entretenida, aunque no logra el nivel que Death Proof, tal vez porque su director apela sólo a la evocación, mientras que Tarantino crea una película sólida dentro del esa especie de Dogma 95 del cine Z que implica el proyecto Grindhouse.
En un momento de la historia, Tarantino pone en boca de Mike: «Cualquiera que quiera arrojarse por las escaleras tiene un lugar en Hollywood». Quentin Tarantino y Robert Rodríguez han demostrado poder bajar las escaleras como la mejor corista, pero también arrojarse como el más arriesgado stuntman. Y, aunque los resultados sean diferentes, siempre fascinan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario