[Actualización 01] Articulo. Orfanato
:: Conjugaciones en pasado
Cinco tiempos en El orfanato de J. A. Bayona
Publicado originalmente en Fantasymundo.

Cuando llegaron los títulos finales, no sabía muy bien cómo sentirme. La película de Juan Antonio Bayona me impactó, debo reconocerlo, y aunque ahora que repaso su argumento le encuentro algunos baches, Darío Argento ya me había explicado en la misa negra de su filmografía que para hacer buen cine de terror la coherencia no parece ser demasiado importante.
Cuando me fui a dormir, tenía la convicción de las pesadillas que vendrían. Nunca fallan, así que di vueltas en la cama intentando espantar al sueño, pero es bien sabido que es imposible ahuyentarlo cuando lo impulsa una pesadilla. Así que casi sin darme cuenta, me quedé dormido pensando en que Tomás vendría a visitarme. Está tan sólo y triste allí en su sótano, que estoy seguro no dejará de hacerlo.

El orfanato es una película con vuelta de tureca al final, lo que significa que está construida sobre la ignorancia del espectador: vemos, creemos comprender, vemos otra cosa, creemos no comprender y finalmente decidimos que es mejor no intentarlo, sino sólo dejarnos llevar. En mi caso –y como soy una persona en extremo corriente, cálculo que también en el de la mayoría de los espectadores–, llegamos a este punto en el mismo momento que el personaje principal: cuando decide sumarse al juego de los niños fantasmas y comenzar a vivir bajo sus reglas infantiles. Luego de un par de escenas de esas que no se olvida fácilmente y se recuerdan con todo detalle cuando se apaga la luz, llega la explicación y entonces todo parece cerrar –tal vez no sea así, pero esa es la sensación que tenemos cuando llegan los títulos, tal vez porque al menos para nosotros, el terror ya ha terminado–. Así que, puesto que los realizadores han jugado lo suficientemente sucio como para explicarlo todo recién al final, es precisamente por ahí por donde comenzaré mi inútil intento por explicar este cuento de hadas macabro, y eso si es que hay alguno que no lo sea.

Quinta conjugación: Ella muere
Laura asesinó a su hijo. Sí, es verdad, fue un crimen involuntario, pero para una madre, ¿qué diferencia puede haber? Laura hizo huir a Simón a causa de su incredulidad; intentando rescatarlo, lo encerró en el sótano de la casa y, por último, malinterpretó sus pedidos de ayuda. Creyó que los fantasmas habían tomado como rehén a su hijo, cuando en realidad estaban intentando mostrarle de una manera extraña pero concreta el modo de recuperarlo.
Laura tiene dos preocupaciones: el pasado que regresa, cree, para tomar venganza, y el futuro que le están intentando arrebatar al robarle a su hijo. No se da cuenta de que la vida es un presente continuo donde lo único realmente determinante son la decisiones que se toman en el ahora.
Tarde, Laura aprende su última lección; la muerte, ya que no la vida, le da una nueva oportunidad: vivir por siempre en un presente perpetuo, sin pasado por detrás ni futuro por delante.

Cuarta conjugación: Ella desciende
En una de sus enseñanzas, Jesús pregonaba que quien no se volviese niño no lograría ingresar al Reino de los Cielos. Parece una paráfrasis macabra: Laura debe volver a ser niña para poder negociar con el pasado.
Cuando uno observa a un niño jugar, de inmediato comprende que para él, su labor es mucho más significativa que para nosotros: implica una forma de acercarse a una realidad que aún le resulta extraña.
Cuando Laura acepta jugar con los fantasmas, no está sometiéndose a sus reglas, como ella parece creer: más bien está comenzando a conocer ese presente continuo en el que viven los niños fantasmas o los fantasmas niños, vaya uno a saber. Porque un mundo que propone un presente totalitario, sin pasado ni futuro, debe ser aprendido de nuevo para poder ser… ¿vivido?
Lo que los fantasmas hacen, a fin de cuentas, es preparar a Laura para el rencuentro con Simón, una conjunción que no se dará en el tiempo de los vivos, sino en el no tiempo de los muertos.

Tercera conjugación: Ella descubre
Nos sucede a todos: cuando volvemos a un lugar que frecuentábamos de pequeños pero al que no visitamos después, todo lo que antes nos parecía enorme ahora nos resulta pequeño y apretado. Nada ha cambiado en realidad, todo está exactamente igual, excepto nosotros y nuestra mirada.
Laura confunde el pasado subjetivo, ese que vive en la parcialidad de nuestros recuerdos, con el objetivo, el real, el que se bifurca más allá de nuestra memoria y experiencia.
Ya desde la primera escena, la irrupción del pasado es clara: en un flashback, vemos a los niños del orfanato jugando en un ambiente casi idílico a pesar de las discapacidades de algunos. Son los recuerdos de Laura, una realidad absolutamente subjetiva. Sin embargo, existe un pasado concreto que escapa a la subjetividad. Y allí está el niño de la máscara –una creación realmente aterrorizante– que llega para decirle a Laura que existe un pasado objetivo, que va más allá de los recuerdos. Le escena del horno, una suerte de descenso al infierno de la objetividad, revela que el pasado no fue idílico ni ideal, sino temible.
Para Laura, el conocimiento del pasado real modifica de inmediato la significación del presente, como si el horror bloqueara la posibilidad del ahora.

Segunda conjugación: Ella juega
Soy de las personas que sostienen que no hay niños feos. Bueno, sí, es verdad. No todos son agraciados, algunos sólo simpáticos. Pero lo cierto es que en todos los niños hay una impronta de ingenuidad, una mirada cándida del mundo que posibilita la existencia de un futuro mejor. Claro que se trata de una percepción, pero de alguna forma es común a la mayoría de la humanidad.
Simón es un niño, pero además es simpático y desenvuelto, una especie de encarnación profética de un futuro venturoso y pleno, al menos eso es lo que nos parece hasta que nos enteramos de su situación: está infectado con HIV. Juan Antonio Bayona crea un símbolo que se anula a sí mismo, lo que da un resultado inquietante, porque su mensaje es contradictorio y molesto; un personaje cuya existencia es una transición entre lo vivo y lo muerto. Pero además, suma a esta compleja significación otra no menos extraña: Simón, el único personaje sin pasado y sin futuro, es quien mejor se vincula con los fantasmas, porque se encuentra en su misma instancia de intemporalidad.
Cuando el juego con los niños fantasmas comienza y Simón desaparece, Laura cree que el pasado que ella no puede procesar está retornando para llevarse a su hijo. No se da cuenta que la muerte de Simón no será determinada por los fantasmas, sino por sus propias acciones desafortunadas.

Primera Conjugación: Ella sufre
Laura corre, grita, llora, sufre, vuelve a correr, vuelve a gritar y ni un minuto deja de sufrir. Belén Rueda sabe lo que hace, deja todo en el papel –incluidos los ocho kilos que bajó durante el rodaje– y permite que todo el peso de la producción recaiga sobre sus estrechos hombros. La pregunta clave, nos aclara Juan Antonio Bayona, es ¿por qué volvió al orfanato? Y la respuesta es simple: porque no ha sabido convivir con su pasado.
El pasado no es una fuerza con voluntad propia, parece decirnos el director. Se trata, más bien, de una suerte de caja de Pandora. Podemos dejarlo allí, cerrado y tranquilo. Pero por algún motivo, siempre sentimos necesidad de volver a él y entonces descubrimos que hay un cierto poder, uno que nosotros mismos le asignamos. Para Laura, ese valor es mayor al que realmente tiene; cree que de alguna manera es el causante de todos sus males cuando ella misma está cerrando su futuro al no saber superar su presente. La película, aunque para muchos tenga reminiscencias al culto al pasado instaurado por Freud y sus seguidores, es en rigor una metáfora sobre lo que sucede a aquellos que no saben mirar hacia adelante y entender que el futuro se resuelve en la única instancia de decisión con la que contamos los seres humanos: el presente simple.

A pesar de lo que se pueda considerar, los niños y los fantasmas tiene mucho en común, porque ambos son metáforas de una realidad a la que nadie es ajeno: el paso del tiempo. Tal vez el principal error de Laura, aquél que la lleva a la tragedia, sea el no haber comprendido esta relación tan sencilla pero significativa. Tomás es un ser monstruoso por su deformidad, sí, pero Laura no siente temor por esto, sino por el hecho de que haya vuelto, tal vez trayendo un mensaje que nunca quiso oír.

Cuando esta noche Tomás venga a visitarme, intentaré escucharlo con la mayor atención.

No hay comentarios:

Publicar un comentario